Si su idea es visitar el Museo del Louvre, en París, porque tiene unas mínimas nociones de arte, tómeselo con calma. No es que aquí intentemos una pose de snobismo; mucho menos, estamos de acuerdo con que el arte sea popular (y nacional). Pero ingresar a un lugar que más parece un atolladero de turistas inquietos que un museo donde contemplar obras de arte es bastante desagradable.
Cuando Walter Bejamin escribió "La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica" apenas si citó a la "Mona Lisa" en un pie de página.
Decía el filósofo: "La contemplación simultánea de cuadros por parte de un gran público, tal y como se generaliza en el siglo XIX, es un síntoma temprano de la crisis de la pintura, que en modo alguno desató solamente la fotografía, sino que con relativa independencia de ésta fue provocada por la pretensión por parte de la obra de arte de llegar a las masas".
"Ocurre que la pintura no está en situación de ofrecer objeto a una recepción simultánea y colectiva", explica y agrega: "Por mucho que se ha intentado presentarla a las masas en museos y en exposiciones, no se ha dado con el camino para que esas masas puedan organizar y controlar su recepción"
Por suerte el museo más famoso del mundo incluye tres anillos del edificio, con cuatro plantas cada uno, con arte de todo el mundo. Se puede ver desde el arte iraní hasta el precolombino. La sección egipcia, muy recomendable:
Momias normales y sarcófagos de gatos y de cocodrilos, para que el emperador esté a gusto en el más allá.
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