Hoy, a la distancia, Madrid es como una imagen que poco a poco se va borrando. Una ciudad de trabajo, con gente un poco tosca, que suena "seca". Si uno la compara burda y rápidamente con Barcelona, puede decir: en Madrid, la gente trabaja y no piensa en otra cosa; en Barcelona, hay otra onda, se estudia y se pelea por conseguir "la pasta" (el dinero), pero hay arte en las calles y caras menos agobiadas. Madrid es la capital de una nación que parece desmembrarse en un mosaico de comunidades: ahí está el dinero, están los bancos, el Rey y las grandes empresas, pero el mar no se puede concebir, según Sabina. "Vas a ver que en esta ciudad también hay mucha fiesta", me había advertido, allá por marzo, una experimentada periodista. Tenía razón, y aunque esto borre todo lo que hay en este párrafo, a veces "la marcha" (joda) de Madrid es más fuerte que la de Barcelona.
Ahora, también, que la nostalgia comienza a cesar, aparecen las imágenes. El recuerdo del ruido del Metro cuando se detiene, el bullicio de los bares llenos de humo y gente, los largos atardeceres rojizos. El sol seco y suave de la primavera y el verano en sus innumerables parques, el sofocón de las "horas pico" (horas "punta") en las estaciones de autobuses, la reiterada sensación de estar paseando por Buenos Aires, pero con menos caras tristes. La tensa espera de la tapa después de recibir la caña de cerveza.
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Un atardecer en Barajas, al final de una cálida tarde de mayo
que bueno, Pancho, esto que escribiste. Un abrazo!
ResponderEliminarFederico
Me gusta. Thanks.
ResponderEliminarBE
Madrid es imponente, activa y majestuosa, remite a lo español sin matices regionales.
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